miércoles, 29 de agosto de 2018

1994: UNA ESCAPADA A TAXCO Y A LAS GRUTAS DE CACAHUAMILPA


Si existe un destino sin playa que sea uno de los favoritos del estado de Guerrero, ese es Taxco. Hermoso poblado, famoso por sus minas de plata y por ende su joyería, Taxco es un compendio de la gastronomía guerrerense y un lugar indispensable para adquirir a buenos precios (buscándole, claro está) bellos trabajos de platería, tanto para el hogar como para uso personal. Si bien la principal joya de este Pueblo Mágico es su Iglesia de Santa Prisca. 

El asunto es que, para disfrutar al máximo un paseo a pie por sus calles, es necesario tener buena condición física, ya que la gran mayoría son subidas empinadas que no suelen ser del agrado de cualquier persona.

Tres veces he ido a Taxco. Las tres han sido muy tranquilas. Y las tres, las he complementado con una visita a las cercanas (y muy famosas) Grutas de Cacahuamilpa, fáciles de recorrer por los accesos de madera y concreto que se le han ido acondicionando. Aún y cuando esto modifica visualmente el entorno, lo cierto es que permite concentrarse en lo verdaderamente importante: el disfrute de sus formaciones geológicas a las que los guías locales añaden una gran cantidad de historias.


Ambos lugares pueden recorrerse sin prisa en un solo día, por lo que no es forzoso quedarse a dormir en el poblado… aunque bien vale la pena hacerlo si se tiene la oportunidad. 

1994: MICHOACÁN… ¡SIN DINERO!


En teoría, no debiera haber nada más relajante que un par de días en los balnearios de aguas termales de Michoacán… pero cuando el dinero no te acompaña, la experiencia pasa a ser un tanto estresante.

Obvio, no salí de mi casa sin dinero. Pero no lo hice con el dinero suficiente. Esto, por una sencilla razón. Un amigo nos iba a alcanzar allá. Un amigo que se iba a encargar de llevar el auto y la casa de campaña para quedarnos todos a dormir en el área reservada para campamentos. Un amigo que nunca llegó.

Hice el viaje acompañado de otro amigo. Pero resulta que, aun al juntar nuestros recursos, sólo llevábamos el dinero justo para pagar el módico derecho de camping, hacer un par de comidas sencillas y cooperarnos para la gasolina del auto, regresándonos por la carretera libre.

Fue así como llegamos a Michoacán. Paramos, de entrada, en un mercadito, donde comimos unos deliciosos tacos de carnitas. Después de eso, abordamos otro autobús, el cual nos acercó a nuestro punto de reunión, el Balneario Eréndira, mismo que alcanzamos a pie, caminando dos kilómetros por una carretera bordeada por un frondoso bosque de coníferas.

Una vez ahí, nos metimos a nadar en una deliciosa alberca de aguas termales, cuya temperatura de 40 grados contrastaba con los 15 grados descendentes del bosque. Confiados en que mi otro amigo iba a llegar, volvimos a meternos a la alberca alrededor de las 9 de la noche, disfrutando los 40 grados de sus aguas, los 8 grados centígrados del exterior y un deslumbrante cielo estrellado que parecía caerse encima de nosotros. Eso, el ulular del viento y el canto de los grillos.

A las diez de la noche, nos hicimos a la idea de que nuestro amigo no iba a llegar. Dicho en otras palabras, estábamos en problemas. Sí, había cabañas, pero no podíamos pagarlas… y aun cuando hubiéramos podido hacerlo, no había cabañas disponibles.

Para no hacer esto demasiado extenso, solo diré que nos dieron chance de quedarnos en la cafetería, nos prestaron un colchón viejo… y nos sacaron de ahí hasta las 11 de la mañana, es decir, a la hora en que abrían el negocio. De nada nos sirvió levantarnos a las 7 de la mañana, ya que estábamos encerrados con candado… bueno… nos permitió comernos, de manera un tanto clandestina, algunas rebanadas de un delicioso pastel de fresa y un par de tacitas de café.

Quiero reiterar que nos hallábamos en la era previa al Internet y a la telefonía móvil. En otras palabras, estábamos algo así como incomunicados y sí, con una tarjeta de crédito inútil que no aceptaban en ningún lado.

Usamos nuestro último recurso para viajar a un pequeño pueblo, donde pudimos abordar un camión que nos llevó hasta Morelia. Y una vez ahí, atravesando a pie la ciudad bajo un intenso sol de mediodía, llegamos al único lugar que nos aceptó la tarjeta: el hotel Misión. Y sí, nos prestaron dinero con cargo a la tarjeta. Con eso pudimos comprar nuestros boletos de regreso a México, rentar una habitación (era requisito) y desayunar, por lo menos, de manera decorosa, enfrentándonos a la deuda contraída un par de semanas después.

Fue poco, en realidad, lo que conocimos de Morelia. Pero yo tuve la oportunidad de regresar un par de años después, por lo cual haré muy pronto la reseña. 

Nuestro amigo, el que nunca llegó, acabó disculpándose al final con un muy buen detalle: nos invitó a Ixtapan de la Sal, pagando transporte y hospedaje. Eso también lo contaré en un próximo posteo. 

Por lo pronto, basta decir que Los Azufres se convirtió ese año en un destino recurrente (también, por alguna razón, fue recurrente hacerlo sin dinero). Llegamos incluso a viajar de noche, tomando una estrecha carretera iluminada por unas fantasmales, si no es que surrealistas, nubes de vapor, cortesía de la cercana hidroeléctrica, solo para llegar en la madrugada a la bella Laguna Larga y quedarnos a dormir unas horas dentro del coche para después visitar los balnearios cercanos y lo que en ese entonces quedaba de la majestuosa Laguna Esmeralda (que a la fecha, supongo, ya no ha de existir). 

Años más tarde, Michoacán siguió siendo uno de mis principales destinos. Esto, en los tiempos en que el estado era de lo más tranquilo, incluso la llamada tierra caliente. Tan era así, que no me causaba ningún tipo de temor cruzar Apatzingán a las 2 de la mañana o llegar a Pátzcuaro a esa misma hora, para echar un sueñito leve antes de aventarme a caminar por sus calles, visitar su hermosa Casa de los 11 Patios o cruzar a dos de sus mágicas islas: la famosísima Janitzio y la menos conocida pero no menos bella Yunuén, con sus cabañas rurales donde es posible pernoctar para amanecer en medio del bosque con una majestuosa vista del lado más virgen del Lago de Pátzcuaro. 

Eso, además del Santuario de las Mariposas Monarca y la costa de la Tierra Caliente, muy concretamente Playa Azul y cruzar al otro lado del estado para visitar Uruapan, el nacimiento Del Río Cupatitzio, la hermosa pero algo sucia cascada de la Tzaráracua y un impresionante recorrido a caballo por el volcán Paricutín y la torre de la iglesia como único vestigio de lo que fue el pueblo de San Juan Parangaricutiro antes de ser engullido por la lava (espectáculo que, a lo lejos, sí pudo contemplar mi papá en su juventud). Además de Zitácuaro y Ciudad Hidalgo, pequeña población donde, incluso, llegué a celebrar con amigos las fiestas patrias un 15 de septiembre comiendo de todo: pambazos, tacos, tamales, corundas, carnitas, cervezas y un tanto más de tequila.









lunes, 27 de agosto de 2018

CHIAPAS 1994: EN PLENO MOVIMIENTO ZAPATISTA


He visto últimamente muchos blogs donde se comenta la anécdota de que en Chiapas, sorpresivamente, las carreteras son bloqueadas para exigir a los automovilistas una cuota de paso que les permita circular libremente. En realidad, no se trata de algo nuevo. Cuando yo fui a Chiapas, allá por 1994, fue exactamente lo que me ocurrió.

Sucedió concretamente en una carretera del municipio de Ocosingo, muy cerca de las Cascadas de Agua Azul. Una cuerda se tensó repentinamente de lado a lado del camino y unos 8 o 10 zapatistas encapuchados salieron de entre los árboles, con machete en mano, para detener a los pocos vehículos que circulaban con dirección a las cascadas.

Esto tuvo lugar en plena época del levantamiento del hoy famoso Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), grupo guerrillero inédito en el México de ese entonces. Y fue también cuando se convirtió en un icono comercial con playeras, gorras y hasta muñequitos de trapo elaborados por los artesanos locales, en sustitución de las tradicionales muñequitas vestidas con indumentarias típicas de la región.

El México seguro de los 80s y los 90s comenzaba a contradecirse (aunque se mantuvo en paz relativa hasta bien entrado el 2007) y Chiapas se puso en el radar del mundo, de entrada por lo inusual que resultaba ver conflictos internos en un país como México. Pero más allá de eso, Chiapas lo tiene todo para brillar por cuenta propia: historia, tradiciones y bellezas naturales para decir basta.

Una única carretera cruzaba el estado a mediados de los noventas y era común atravesar desfiladeros y observar la selva varias decenas de metros por encima, abrir la ventanilla del auto o el camión y escuchar tan solo el sonido del motor, amplificado por el silencio y quizá, de repente, por el canto de un ave desconocida.

Y de repente, internarse en una brecha de selva desbordante, llena de flores, lianas y vegetación tupida, sentir el bochorno del color y contemplar a lo lejos brillantes riachuelos, lagos y lagunas. Eso, además de enormes telarañas que conectaban los cables de luz superiores e inferiores de los poblados a los que arribábamos y que te quitaban un poco las ganas de internarte en la selva si no ibas con unas botas que te llegaran a la rodilla.

Con todo y tratarse de una carretera única, se hallaba en bastante buen estado y eso me permitió desplazarme de una central de autobús a otra y conocer, a mi propio ritmo y velocidad, lugares tan bellos como las famosas Lagunas de Montebello, descubrir que en un tramo de tan solo 100 metros el ecosistema cambiaba de selva a bosque, de calor a frío y que el entorno parecía haberme transportado a otro estado que no era el Chiapas que yo me había imaginado.

Lo cierto es que San Cristóbal de las Casas es un lugar frío, tanto como los bellos bosques que enmarcan las cercanas Grutas de San Cristóbal y por la noche era necesario taparse bastante bien y no ir al baño más allá de lo necesario.

La pintoresca belleza de San Cristóbal de las Casas invita a quedarse por lo menos un par de días para caminar relajadamente sus calles, entrar a sus restaurantes, cafés y locales de artesanías, además de saborear por las mañanas los ricos tamales de los carritos callejeros. Tiene, además, monumentos muy fotografiables como su amarilla Catedral y su colorido Palacio Municipal, así como un mirador al que puede llegarse subiendo un interminable número de escalones para admirar al final una panorámica incomparable de la ciudad.

Si se quiere artesanía, pueden visitarse poblados Amatenango del Valle o Zinacatán y admirar sus casitas rústicas de adobe, aunque si se quiere una experiencia tradicional única, es necesario darse una vuelta por el poblado de San Juan Chamula, donde la religión católica y la prehispánica se fusionan, dando como resultado rituales un tanto extraños. Su iglesia, sin bancas, puede visitarse bajo la condición de no tomar fotos que se roben el alma de la gente y de los santos.

En medio de un penetrante aroma a incienso, es posible ver rituales como el sacrificio de gallos y el encendido simbólico de velas que, al consumirse, evocan la purificación del alma ya que, al hacerse cada vez más chicas, hacen referencia al regreso a la inocencia de los niños pequeños. Los Santos, de madera policromada y ojos de vidrio, parecen tener vida propia y más que pacificar el alma resultan un tanto perturbadores.

Tuxtla Gutiérrez, su pintoresco poblado conurbado de Chiapa de Corzo (su peculiar fuente mudéjar es todo un icono de Chiapas) y el recorrido por el turístico Cañón del Sumidero, complementan la experiencia reglamentaria del recorrido más básico.

Pero Chiapas, para disfrutarse, requiere tiempo, no menos de quince días, para visitar lugares tan mágicos como el Arcotete, las refrescantes Cascadas de Agua Azul (antes del mes de octubre, porque con las lluvias pierden su color), la cercana cascada Misol Ha, la imponente cascada de El Chiflón, la zona arqueológica de Chinkultic con su Cenote Azul, las zonas arqueológicas mayas de Bonampak y de Palenque y, si hay tiempo, conocer otras pequeñas cascadas no menos bellas como Moctunihá y Corcho Negro, esta última muy similar a la más turística cascada de Villaluz, ubicada en el vecino estado de Tabasco.


Si Tabasco es un edén, Chiapas lo es al doble o al triple y un primer viaje es insuficiente para recorrerlo en su totalidad. Regresar es siempre una prioridad. La belleza de su Selva Lacandona y la majestuosidad de sus zonas arqueológicas bien lo vale.