miércoles, 15 de agosto de 2018

JALAPA 1992: CERO CAOS, MUCHA DIVERSIÓN


México, en los 90s, respiraba aún mucho del aire rural y provinciano que hoy se ha perdido por el aumento de población, inseguridad y congestionamientos viales. Y en Jalapa, Veracruz, era especialmente palpable.

Conjugaré en este post los dos viajes que hice a esta ciudad acompañado de mi sobrino. Hospedados en casa de familiares directos de mi cuñado, disfrutamos de unas pequeñas vacaciones sazonadas por cambios climáticos por demás acentuados: aguaceros tupidos de más de cuatro horas, bancos de niebla de alta densidad, cielos despejados y calores intensos.

Llegar a la central camionera a las 6 de la mañana en medio de la niebla más espesa que me haya tocado conocer, recorrer las fantasmales calles del centro histórico con esta misma niebla que no permitía ver más allá de un metro hacia adelante, disfrutar la belleza del Paseo de los Lagos bajo un cielo despejado y visitar la histórica hacienda de Lencero en día de tormenta, fueron algunas de las vivencias que me regaló esta mágica ciudad veracruzana.

En el inter, partidas de cartas, unas deliciosas picadas gigantes del Mercado de la Rotonda, la visita a un antro desprovisto de gente (y de ambiente) y la diversión de dos bares de moda en los 90s: la Séptima y la Octava, para copear y bailar respectivamente y con la presencia de interesantes bandas de rock.

Anécdotas divertidas como la del cráter convertido en cancha de futbol llanero donde no se permitía ingresar con balones o el esperar afuera de los antros para acabar cenando tacos dado que a mi sobrino no lo dejaban ingresar por cuestiones de edad, salpicaron sin más cada día de viaje, quitándole todo trazo de rutina.

La Hacienda de Lencero, donde despachó alguna vez el mismísimo Santa Anna, cerró con broche de oro mis aventuras en Jalapa, entre lagos, patos, mobiliario colonial y una tormenta interminable en la que me tuve que internar después de dos horas de lluvia ininterrumpida, debido a que mi camión partía en breve y debía ir a recoger mi maleta (la hacienda se ubica a una hora de Jalapa). De más está decir que acabé hecho una sopa y que tuve que vestirme con ropa sucia con tal de que estuviera lo más seca posible.


En realidad, tiene muchos años que no visito Jalapa, pero los recuerdos permanecen para invitarme a regresar, esperando no toparme con sorpresas no demasiado gratas. Si bien la belleza de su Centro Histórico, lo relajante de sus caminatas en el Paseo de los Lagos, su interesante Museo de Antropología (sus esculturas olmecas y totonacas son impresionantes) y la delicia de comer en el Mercado de la Rotonda bien valen la pena el viaje. 




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