México, en los 90s, respiraba aún mucho del aire rural y
provinciano que hoy se ha perdido por el aumento de población, inseguridad y
congestionamientos viales. Y en Jalapa, Veracruz, era especialmente palpable.
Conjugaré en este post los dos viajes que hice a esta
ciudad acompañado de mi sobrino. Hospedados en casa de familiares directos de
mi cuñado, disfrutamos de unas pequeñas vacaciones sazonadas por cambios
climáticos por demás acentuados: aguaceros tupidos de más de cuatro horas,
bancos de niebla de alta densidad, cielos despejados y calores intensos.
Llegar a la central camionera a las 6 de la mañana en
medio de la niebla más espesa que me haya tocado conocer, recorrer las
fantasmales calles del centro histórico con esta misma niebla que no permitía
ver más allá de un metro hacia adelante, disfrutar la belleza del Paseo de los
Lagos bajo un cielo despejado y visitar la histórica hacienda de Lencero en día
de tormenta, fueron algunas de las vivencias que me regaló esta mágica ciudad
veracruzana.
En el inter, partidas de cartas, unas deliciosas picadas
gigantes del Mercado de la Rotonda, la visita a un antro desprovisto de gente
(y de ambiente) y la diversión de dos bares de moda en los 90s: la Séptima y la
Octava, para copear y bailar respectivamente y con la presencia de interesantes
bandas de rock.
Anécdotas divertidas como la del cráter convertido en
cancha de futbol llanero donde no se permitía ingresar con balones o el esperar
afuera de los antros para acabar cenando tacos dado que a mi sobrino no lo
dejaban ingresar por cuestiones de edad, salpicaron sin más cada día de viaje,
quitándole todo trazo de rutina.
La Hacienda de Lencero, donde despachó alguna vez el
mismísimo Santa Anna, cerró con broche de oro mis aventuras en Jalapa, entre
lagos, patos, mobiliario colonial y una tormenta interminable en la que me tuve
que internar después de dos horas de lluvia ininterrumpida, debido a que mi
camión partía en breve y debía ir a recoger mi maleta (la hacienda se ubica a
una hora de Jalapa). De más está decir que acabé hecho una sopa y que tuve que
vestirme con ropa sucia con tal de que estuviera lo más seca posible.
En realidad, tiene muchos años que no visito Jalapa, pero
los recuerdos permanecen para invitarme a regresar, esperando no toparme con
sorpresas no demasiado gratas. Si bien la belleza de su Centro Histórico, lo
relajante de sus caminatas en el Paseo de los Lagos, su interesante Museo de
Antropología (sus esculturas olmecas y totonacas son impresionantes) y la
delicia de comer en el Mercado de la Rotonda bien valen la pena el viaje.
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