1994 fue para mí el año de Guanajuato. La razón: dos de
mis amigos -y yo mismo- tuvimos nuestra respectiva pareja en la ciudad de León.
Por lo mismo, recorrimos el estado a lo largo de varios meses, a veces juntos,
a veces yo solo, a veces mis amigos solos mientras yo me quedaba en la Ciudad
de México, dependiendo, por supuesto, de nuestros tiempos y presupuestos. Y,
por supuesto, nada de ello prosperó. Son simples experiencias veinteañeras que
solo vives una vez.
Fue uno de mis mejores amigos el primero en hacerse novio
de una chica de León y fue esta misma chica la que nos presentó a sus amigas.
Para ahorrar costos, los tres amigos compartíamos hospedaje (y repartíamos la
cuota) en un hotel convenientemente ubicado a escasas dos cuadras del Centro
Histórico: el hotel Señorial, que en aquella época costaba 110 pesos (sí, 110
pesos) y encima de todo lo dividíamos entre tres, casi cual roomies.
De más está decir que recorrimos muchas ciudades y
poblados de Guanajuato: Silao (para comer ¿mariscos?), Irapuato (para comprar
fresas), el balneario de Comanjilla, así como un extraño balneario cercano a Celaya, conocido localmente como Hospital de Baños y donde era posible tomar baños en tina de aguas termales de manantial. Baños un tanto incómodos si tomamos en cuenta que tuvimos que esperar casi tres horas para que se desocupara una de las tinas, la asearan y nos la dieran, previo pago de la cuota correspondiente, por espacio de una hora. Lo que sentí un poco como un timo, pues la tina se llenaba a partir de un agujerito de escasos dos centímetros, razón por la cual tardó algo así como una hora en cubrirnos con sus aguas relajantes... para que dos minutos después golpearan a la puerta para avisarnos que se nos había acabado el tiempo.
Conocimos, asimismo, dos de los lugares que más experiencias gratas nos reservaron: la ciudad de Guanajuato y las llamadas “luminarias” de Valle de Santiago, cráteres naturales llenos de agua que hoy, desafortunadamente, han dejado de existir.
Conocimos, asimismo, dos de los lugares que más experiencias gratas nos reservaron: la ciudad de Guanajuato y las llamadas “luminarias” de Valle de Santiago, cráteres naturales llenos de agua que hoy, desafortunadamente, han dejado de existir.
De manera que una parte de la reseña de hoy podría, hasta
cierto punto, considerarse inútil, ya que estaré relatando vivencias ocurridas
en lugares hoy inexistentes, pero que alguna vez estuvieron llenos de agua y
también de mucha vida (eso de “mucha vida” va en más de un sentido).
El cráter más cercano al poblado de Valle de Santiago era
conocido popularmente como “La Alberca” por su laguna verdosa de origen
volcánico donde muchas parejas y grupos de amigos se daban cita para nadar los
fines de semana (insisto, hoy las lagunas se han secado y muchos jóvenes no
saben ni siquiera de su anterior existencia).
Otro cráter famoso era el “Rincón de Parangueo”, ubicado
a 7 kilómetros del de “La Alberca” y al cual solo era posible ingresar a pie,
ya que se hallaba rodeado de cerros y el único acceso era a través de un
estrecho túnel excavado en el cerro mismo. Una hilera de personas fluía hacia
el cráter y otra hilera abandonaba el lugar, cruzándose y chocando en todo
momento.
Niños locales nos acompañaban por el túnel, alumbrando
con linternas el camino, a cambio de alguna propina. Con todo, la caminata era
lenta pues aún y con las linternas el túnel era demasiado oscuro. De ahí que
decidiera abrazar a la que sería mi novia, todo sea para protegernos el uno al
otro (J)…
Al salir del túnel, nos recibió un singular paraje de
roca caliza que daba al lugar un aspecto visualmente nevado que contrastaba con
el verde de la laguna y un entorno semi desértico con mucho arbusto y unos
pocos cactus. Había, sin embargo, partes un tanto fangosas y de solo pisarlas
quedabas embarrado de un lodo blancuzco que por alguna razón atraía a los
mosquitos. Sobra decir que acabé lleno de piquetes de insecto.
De regreso en León, comimos unas guacamayas (antojito
regional que consiste en un bolillo abierto donde se incrusta un pedazo de
chicharrón de mercado y se bautiza con mucha pero mucha salsa picante) y unas
refrescantes cebadinas (agua de cebada espumada con bicarbonato).
El centro de León es muy bonito, con su quiosco, sus
iglesias y sus edificios coloniales, así como sus árboles recortados en forma
de “honguito”, pero el resto de la ciudad me pareció un tanto caótica, aún para
los estándares de los 90s. Con todo, visitamos también su Templo Expiatorio (lo
más cercano al gótico), el arco de los leones, las famosas zapaterías y tiendas
de artículos de piel (interesantes pero nada baratos)… y bueno, en visitas
consecutivas acabamos también en un boliche, en el cine y hasta en un incómodo
velorio.
Asistí, asimismo, a la graduación de preparatoria de mi
entonces novia (me encantó verla en ese espectacular vestido verde esmeralda),
además de visitar también un curioso bar llamado “El Mezquite” donde todas las
bebidas alcohólicas eran de a litro y la legendaria cantina circular conocida
como “El Mesón Taurino”, toda una tradición para comer rico en la ciudad de
León.
Pero es la ciudad de Guanajuato la que a la fecha me
invita a regresar una y otra y otra vez. Bella, colorida, repleta de
callejones, pasajes subterráneos, estudiantinas, vino, buenos restaurantes y
monumentos tan emblemáticos como la Alhóndiga de Granaditas, la Universidad, el
templo y la mina de la Valenciana, además de las tiendas de artesanías
“mineras”, los 2x1 en chelas, los festivales culturales (el cervantino es
asunto aparte). Y muy cerca, la mágica hacienda de San Gabriel de Barrera, la
de los 7 jardines, que simplemente me fascinó.
Tan especial es esta ciudad que dedicaré próximamente un
posteo especial para hacerle justicia, pero la menciono desde ahora porque
forma parte de esa extraña experiencia en la que los viajes de amigos y de
pareja se combinaron en una serie de recorridos llenos de tacos, antojitos,
cerveza, antros y mucha diversión.
Menos de un año duraron nuestros respectivos noviazgos y
nuestros recorridos por los rincones más recónditos de Guanajuato (que
curiosamente no incluyeron a San Miguel de Allende), si bien yo regresé con la
mía… ¡14 años después!... pero eso también ameritará otro posteo…
Por razones de privacidad, difumino las fotos de muchas de las personas que me acompañan en los viajes... excepto a mí mismo, ya que siempre me di autorización para aparecer (jaaaa!!)... ¡Recordemos el México de los 90s!...
Por razones de privacidad, difumino las fotos de muchas de las personas que me acompañan en los viajes... excepto a mí mismo, ya que siempre me di autorización para aparecer (jaaaa!!)... ¡Recordemos el México de los 90s!...
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