viernes, 17 de agosto de 2018

¿CUÁL ES EL ESTADO CON MÁS PUEBLOS MÁGICOS? (VOLCÁN INCLUIDO)


La primera vez que me hice esta pregunta pensé, quizá, en estados del sur-sureste como Oaxaca, Yucatán o Veracruz, los cuales, por supuesto, tienen poblados incomparables como Santa María del Tule (Oaxaca), Izamal (Yucatán) o Coatepec (Veracruz). Pero la entidad que conjuga la mayor cantidad de Pueblos Mágicos es, en realidad, el Estado de México.

Muchos de ellos los visité en los 90s, en paseos de uno o dos días en compañía de mis amigos habituales. Y el primero de ellos, prácticamente, forma parte de Toluca, ya que basta cruzar una calle para estar en Metepec, poblado famoso por su intrincada artesanía de los Árboles de la Vida, reconocida a nivel mundial, por su escénica Capilla del Calvario, construida al pie del Cerro de los Magueyes y desde donde puede apreciarse una bella vista panorámica. Pero mi recuerdo más vivo de Metepec lleva por nombre “2 de abril” y es una curiosa cantina cultural, donde los eventos literarios son algo cotidiano y donde puede disfrutarse una bebida creada en el propio bar, casi que una receta secreta de alcohol y hierbas selectas, llamada Garañona. Poco tiempo pasó de su creación para que se convirtiera en la copa tradicional de Metepec, aunque vale la pena mencionar que es un poco fuerte, más allá de su sabor tan agradable como peculiar. De ahí, por supuesto, a Toluca, para comer una buena torta en el Centro Histórico y recorrer tranquilamente su también famoso Cosmovitral. Es más, si mal no recuerdo, creo que hasta fuimos al cine... para después echarnos otra tortita. 

Visité no menos de tres veces el medianamente cercano Nevado de Toluca, siempre en invierno, para gozar de sus vistas, de sus impresionantes precipicios, de sus maravillosas lagunas del sol y de la luna y, como tal, del paisaje nevado. 

Cerca está Tonatico, al que podríamos definir como un pintoresco pueblito colonial, así, con esa descripción tan cliché, pues sus callecitas empedradas, sus casitas de teja de una o dos plantas, sus macetones con flores de colores y la combinación de sus paredes pintadas en rojo y en blanco, remiten de manera inmediata a lo que la imaginación identifica en primer término como un poblado colonial. 

Ixtapan de la Sal es otro de esos lugares ideales para romper con el estrés de la capital. Casi siempre soleado, con un calorcito sabroso y no agobiante, el poblado tiene balnearios, hoteles-balneario y un trazado urbano rústico, muy de pueblo. Nosotros visitamos el Parque Acuático, que en ese entonces competía con el de Oaxtepec, subiéndonos a sus toboganes y a su llamado río salvaje, donde uno se avienta a un canal artificial a bordo de una llanta de hule. Compramos comida en Gigante (desaparecida cadena de supermercados) para hacer una parrillada y visitamos el balneario de aguas termales, que puede ser no muy agradable a la vista y al olfato, pero que es un requisito para “vivir la experiencia completa” de este lugar.

Igual de bello es Valle de Bravo, población a la que se llega recorriendo una hermosa carretera boscosa llena de curvas cerradas e interminables. Pero el paisaje es impresionante, las calles pueblerinas son ideales para caminar y descubrir restaurantes y tiendas de artesanías no convencionales. Había, por ejemplo, una tienda temática especializada en Trolls (no los de Internet, sino los clásicos duendecillos noruegos) y pasear en barquito por su lago es una experiencia muy relajante (nosotros lo hicimos justo al atardecer y el hecho de que te toque en el barco la puesta de sol es simplemente maravilloso). 


Y así podría seguir hablando de lugares tan singulares como El Oro, Malinalco, Aculco o Villa del Carbón, pero por el momento creo que es suficiente. Ya habrá tiempo de desarrollarlos uno a uno para hacerles debida justicia, narrar las experiencias y no simplemente hacer un listado de sitios a visitar. 







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