Mi época antrera por excelencia fue, sin duda, la década
de los 90s. Recuerdo que en la mayoría de mis escapadas por México solía
apartar al menos una noche para conocer cómo se vivía la fiesta en el destino correspondiente.
Así llegué a visitar el Elefante Blanco y la Mina del Edén en Zacatecas o la
discoteque Biblos de Tampico, Tamaulipas. Pero el lugar que concentraba la
fiesta en los 80s y los 90s era, por donde se le viera, Acapulco.
Esa aura de glamour que aún acompañaba al puerto se
reflejaba en festivales anuales de cine y de estrellas de Televisa. Películas,
videoclips y especiales de música se filmaban cotidianamente en Acapulco y el
llamado acapulcazo chilango era una tradición no oficial para todos los que en
un momento dado queríamos, por un fin de semana, dejar atrás el estrés de la
Ciudad de México.
Dicho todo lo anterior y tras haber viajado a Acapulco en
plan familiar y con amigos, me tocó revisitar el puerto en 1992 en compañía de la
que en esa época era mi mejor amiga, una chica de Zacatecas con quien acordé
encontrarme tan pronto mi autobús llegara a la central camionera.
Y sí, llegó, pero con cinco horas de retraso debido al
mal estado de la carretera, tras las cuáles tuve que permanecer otras dos en mi
habitación debido a que no recordaba el nombre del hotel donde se hospedaba mi
amiga (recordemos una vez más que no existían los celulares) y la única manera
de contactarla era esperar pacientemente su llamada.
La esperada llamada llegó no demasiado tarde y quedé de
pasar por ella. Dicho sea de paso, tuvimos que despistar a un…
¿pretendiente?... que supongo buscaba ligarla y que la esperaba afuera de su
cuarto, debido a que el hotel contaba con salitas de espera en el exterior de
cada habitación.
Debido a que mi amiga no quería lidiar con él, nos vimos
un piso más arriba… pero tanto el elevador como la escalera solo bajaban un
piso debido a la arquitectura del hotel, el cuál se convertía en dos edificios
al verse dividido por un gran patio con tragaluz.
En otras palabras, acabamos nuevamente en su habitación,
casi frente a su pretendiente y tuvimos que abordar un elevador trasero, el de
los empleados del hotel, donde nos quedamos encerrados hasta que al aparato se
le dio la gana abrir sus puertas. El caso es que atravesamos hasta la cocina
misma y salimos a la calle por la caseta de policía.
Fuimos a bailar a un antro de moda de aquella época, el
Extravaganza, la disco más alejada de la zona hotelera, ubicada literalmente
sobre la carretera y con una espectacular vista aérea de la bahía. Aunque más
espectacular resultó la pirotecnia que caía por afuera del ventanal, dando la
impresión de que el antro mismo se venía abajo en medio de deslumbrantes
chispas y explosiones.
Llegamos a su hotel alrededor de las 5 de la mañana, casi
que con los pajaritos, y volvimos a vernos a la una de la tarde del día
siguiente. Recuerdo que tomamos el tour a la Isla de Roqueta, donde comimos, antes
de irnos nuevamente de antro al ya legendario Baby´O y dar por concluida otra divertida aventura noventera.
Tres años más tarde, regresaría a Acapulco con un nutrido grupo de amigos para vivir nuevas y divertidas experiencias como la de conocer el Parque Acuático Cici (otro icono acapulqueño) y salir golpeado en el intento, ser revolcado por una ola gigantesca al tratar de abordar una lancha y salir golpeado en el intento, acelerar a fondo una moto acuática y salir golpeado en el intento y otras cosas por el estilo.
Tres años más tarde, regresaría a Acapulco con un nutrido grupo de amigos para vivir nuevas y divertidas experiencias como la de conocer el Parque Acuático Cici (otro icono acapulqueño) y salir golpeado en el intento, ser revolcado por una ola gigantesca al tratar de abordar una lancha y salir golpeado en el intento, acelerar a fondo una moto acuática y salir golpeado en el intento y otras cosas por el estilo.
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