He visto últimamente muchos blogs donde se comenta la
anécdota de que en Chiapas, sorpresivamente, las carreteras son bloqueadas para
exigir a los automovilistas una cuota de paso que les permita circular
libremente. En realidad, no se trata de algo nuevo. Cuando yo fui a Chiapas,
allá por 1994, fue exactamente lo que me ocurrió.
Sucedió concretamente en una carretera del municipio de
Ocosingo, muy cerca de las Cascadas de Agua Azul. Una cuerda se tensó
repentinamente de lado a lado del camino y unos 8 o 10 zapatistas encapuchados salieron
de entre los árboles, con machete en mano, para detener a los pocos vehículos
que circulaban con dirección a las cascadas.
Esto tuvo lugar en plena época del levantamiento del hoy
famoso Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), grupo guerrillero
inédito en el México de ese entonces. Y fue también cuando se convirtió en un
icono comercial con playeras, gorras y hasta muñequitos de trapo elaborados por
los artesanos locales, en sustitución de las tradicionales muñequitas vestidas
con indumentarias típicas de la región.
El México seguro de los 80s y los 90s comenzaba a
contradecirse (aunque se mantuvo en paz relativa hasta bien entrado el 2007) y
Chiapas se puso en el radar del mundo, de entrada por lo inusual que resultaba
ver conflictos internos en un país como México. Pero más allá de eso, Chiapas
lo tiene todo para brillar por cuenta propia: historia, tradiciones y bellezas
naturales para decir basta.
Una única carretera cruzaba el estado a mediados de los
noventas y era común atravesar desfiladeros y observar la selva varias decenas
de metros por encima, abrir la ventanilla del auto o el camión y escuchar tan
solo el sonido del motor, amplificado por el silencio y quizá, de repente, por
el canto de un ave desconocida.
Y de repente, internarse en una brecha de selva
desbordante, llena de flores, lianas y vegetación tupida, sentir el bochorno
del color y contemplar a lo lejos brillantes riachuelos, lagos y lagunas. Eso,
además de enormes telarañas que conectaban los cables de luz superiores e
inferiores de los poblados a los que arribábamos y que te quitaban un poco las
ganas de internarte en la selva si no ibas con unas botas que te llegaran a la
rodilla.
Con todo y tratarse de una carretera única, se hallaba en
bastante buen estado y eso me permitió desplazarme de una central de autobús a
otra y conocer, a mi propio ritmo y velocidad, lugares tan bellos como las famosas
Lagunas de Montebello, descubrir que en un tramo de tan solo 100 metros el
ecosistema cambiaba de selva a bosque, de calor a frío y que el entorno parecía
haberme transportado a otro estado que no era el Chiapas que yo me había
imaginado.
Lo cierto es que San Cristóbal de las Casas es un lugar
frío, tanto como los bellos bosques que enmarcan las cercanas Grutas de San
Cristóbal y por la noche era necesario taparse bastante bien y no ir al baño
más allá de lo necesario.
La pintoresca belleza de San Cristóbal de las Casas
invita a quedarse por lo menos un par de días para caminar relajadamente sus
calles, entrar a sus restaurantes, cafés y locales de artesanías, además de
saborear por las mañanas los ricos tamales de los carritos callejeros. Tiene, además,
monumentos muy fotografiables como su amarilla Catedral y su colorido Palacio
Municipal, así como un mirador al que puede llegarse subiendo un interminable
número de escalones para admirar al final una panorámica incomparable de la
ciudad.
Si se quiere artesanía, pueden visitarse poblados
Amatenango del Valle o Zinacatán y admirar sus casitas rústicas de adobe,
aunque si se quiere una experiencia tradicional única, es necesario darse una
vuelta por el poblado de San Juan Chamula, donde la religión católica y la
prehispánica se fusionan, dando como resultado rituales un tanto extraños. Su
iglesia, sin bancas, puede visitarse bajo la condición de no tomar fotos que se
roben el alma de la gente y de los santos.
En medio de un penetrante aroma a incienso, es posible
ver rituales como el sacrificio de gallos y el encendido simbólico de velas
que, al consumirse, evocan la purificación del alma ya que, al hacerse cada vez
más chicas, hacen referencia al regreso a la inocencia de los niños pequeños. Los
Santos, de madera policromada y ojos de vidrio, parecen tener vida propia y más
que pacificar el alma resultan un tanto perturbadores.
Tuxtla Gutiérrez, su pintoresco poblado conurbado de
Chiapa de Corzo (su peculiar fuente mudéjar es todo un icono de Chiapas) y el
recorrido por el turístico Cañón del Sumidero, complementan la experiencia
reglamentaria del recorrido más básico.
Pero Chiapas, para disfrutarse, requiere tiempo, no menos
de quince días, para visitar lugares tan mágicos como el Arcotete, las refrescantes
Cascadas de Agua Azul (antes del mes de octubre, porque con las lluvias pierden
su color), la cercana cascada Misol Ha, la imponente cascada de El Chiflón, la
zona arqueológica de Chinkultic con su Cenote Azul, las zonas arqueológicas mayas
de Bonampak y de Palenque y, si hay tiempo, conocer otras pequeñas cascadas no
menos bellas como Moctunihá y Corcho Negro, esta última muy similar a la más
turística cascada de Villaluz, ubicada en el vecino estado de Tabasco.
Si Tabasco es un edén, Chiapas lo es al doble o al triple
y un primer viaje es insuficiente para recorrerlo en su totalidad. Regresar es
siempre una prioridad. La belleza de su Selva Lacandona y la majestuosidad de
sus zonas arqueológicas bien lo vale.