domingo, 15 de julio de 2018

La Huasteca en los 90s: una aventura 100% mochilera...


Tal cual. De entrada porque moverse sin auto en la huasteca siempre ha sido un poco complicado. Más aún en aquel lejano 1998, cuando me aventuré con mi sobrino y uno de mis amigos a la zona de la Huasteca más cercana a Ciudad Valles, la segunda ciudad más importante del estado de San Luis Potosí.



El viaje fue directo, en un autobús viejo que se aventó casi 9 horas atravesando la Sierra Gorda a través de curvas interminables, de la Ciudad de México a Xilitla.

El poblado, de marcado acento rural, con sus grandes bodegas de grano, sus tianguis y puestos de antojitos, sus calles viejas y la desbordante vegetación de su entorno, marcaron el inicio de una experiencia única que se extendería a lo largo de varios días.



Aunque había un hotel de corte surrealista muy a tono con el cercano "castillo" del artista Edward James (ambos conceptualizados por él mismo), decidimos quedarnos en un hotelito de corte más humilde ubicado junto al mercado, concretamente junto a la zona de pozoles y fritangas. Y que, sorprendentemente, no absorbía ninguno de estos peculiares aromas.

El cuarto, ubicado en la planta superior, contaba con los servicios más básicos: un pequeño baño, ventilador, TV pequeña, dos camas... y un enorme ventanal con vista a la selva... Estábamos, literalmente, en los límites del pueblo.

Partimos muy temprano para conocer el Castillo Surrealista de Edward James, artista enamorado de la Huasteca que construyó a lo largo de varios años una peculiar residencia con esculturas simbólicas, torres inconclusas, escaleras que conducen al vacío y lo que semeja una alberca en las pozas de la cascada contigua.

Nuestra intención original era la de conocer también las diferentes cascadas de la región, no muy conscientes que digamos de las distancias y de la accidentada geografía de la Huasteca Potosina.

Pero bien que mal, logramos llegar a la cascada Micos, pidiendo aventón a los transportistas cañeros y alcanzar el río Tampaon, de aguas turquesas, que desemboca en la maravillosa cascada de Tamul.

Aguijoneados por los mosquitos, respirando el diesel del escape de los camiones cañeros al viajar directamente sobre la caña de azúcar, bañados sustancialmente en lodo y escurriendo sudor a mares, completamos a duras penas la travesía, dejando el equipaje encargado en la central de autobuses de un pueblo donde posteriormente tomaríamos el camión a Valles.

Con la anécdota muy particular de que casi pierdo en la cascada de Micos a mi amigo y a mi sobrino... o quizá no tanto, pero en el momento no podría haberlo asegurado.


Lo que ocurrió fue lo que sigue: yo me metí a descansar en una pequeña poza un tanto fría y fue entonces cuando mi amigo y mi sobrino se animaron a meterse al agua.

Pero estábamos en enero, la temperatura exterior no rebasaba los 25 grados centígrados (baja para la Huasteca) y al centro del río cruzaba una corriente de agua helada. Tan helada que los acalambro y tuvieron que treparse a una roca en medio del río para recuperarse.

Mi impresión en ese momento, a falta de lentes, era la de que ambos se habían trepado a la roca para tomar el sol y conectarse con la naturaleza. Y es que, sin lentes, me era imposible ver a la distancia sus rostros mareados y sus pies azules. Porque en verdad se sentían mal, a tal grado que tuvieron que llamar a señas una lancha de remos para que los regresara a la ribera. Solo entonces sospeché que algo andaba un poco mal ahí.

El resto fue, literalmente, diversión: visitar un bar de Ciudad Valles (el café rock), terminar con la fiesta e invitados en la habitación misma del hotel y disfrutar, a lo largo del viaje, del delicioso café de la Huasteca así como de unas ricas enchiladas, tanto huastecas como potosinas.

Y esa es la historia. Mi primera visita a una región llena de magia con tantas maravillas como el Sótano de las Golondrinas, donde miles de vencejos salen volando al amanecer como si fuera una flota de aviones militares atravesando el cielo a toda velocidad. Con cascadas impresionantes como las de El Salto o las de Minas Viejas, paisajes fascinantes como los de la Laguna de la Media Luna o lugares pintorescos como el Castillo de la Salud de Beto Ramón.

Historia que continuaría pero muchos años después.

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