martes, 3 de julio de 2018

1992: LAS BELLEZAS DE TAMPICO… ¡Y SU PLAYA DE PETRÓLEO!!!


El inicio de los 90s estuvo salpicado de pequeños paseos y viajecitos, alternando salidas familiares y salidas con amigos.

Hubo, entre ellos, un par de viajes familiares a Tampico o, para ser más claro, dos viajes que hice para visitar a mis primos y tíos que vivían en Tamaulipas. El primero de ellos, muy tranquilo, durmiendo en la litera de uno de mis primos, conociendo con ellos los lugares tradicionales de la ciudad y cenando con ellos unos ricos frijoles de la olla y vasos de chocolate frío (el ya descontinuado Milo de aquel entonces). El segundo de ellos, para asistir a la boda de uno de mis primos.

Ambos viajes fueron, ante todo, de convivencia familiar, pero conocí algunos lugares emblemáticos como la Laguna de Chairel (la mitad de ella con lirio acuático), el Centro Histórico (con todo y su peculiar kiosco al que muchos apodan por su forma "Pulpo Rosa"), el Malecón y la playa.

La playa de Tampico puede ser visualmente muy bonita, con unos bellos tonos de color verde esmeralda, pero el mar está lleno de trocitos de chapopote (o estaba, tiene varios años que no voy por allá). Yo no tomé en cuenta este pequeño detalle a la hora de meterme al mar, razón por la cual tuve que bañarme unas cuantas veces, bueno, solo dos.

Con el chapopote pegado a la piel y tras un primer regaderazo de poco éxito, no tuve más remedio que despegar con paciencia y mucho cuidado los trozos que se hallaban adheridos a mis brazos y piernas. Esto lo hice untándome gasolina, sintiéndome por demás incendiable por espacio de varios minutos. 


Tras este baño involuntario de gasolina, tuve que darme una segunda ducha, un poco más abundante en jabón que la anterior. Al final, quedé limpio, aunque con algunos cuantos vellos menos en mis brazos y mis piernas. 

La foto muestra precisamente uno de esos trozos de chapopote, camuflajeado en la arena de la playa. 

Esta peculiar anécdota fue la primera de una serie de sucesos no planeados que se sucederían en cada viaje, uno tras otro, durante los siguientes veinte años. 




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