jueves, 31 de mayo de 2018

YUCATAN 1989



Mi primera experiencia en Yucatán, antes de las haciendas y los cenotes muchos años después, fue la de conocer a grandes rasgos la ciudad de Mérida y las dos grandes zonas arqueológicas del estado: Uxmal y Chichen Itzá.

En parte bien conservadas, en parte reconstruidas, estas dos ciudades mayas son impresionantes por donde se le vea. Su grandeza arquitectónica, la riqueza de detalles y el gran tamaño de sus monumentos te mantienen con la vista fija por espacio de varios minutos después de haber tomado las fotos correspondientes.

Esa mole de más de 50 metros de anchura conocida como “El Templo del Adivino” por la leyenda del mago enano que la edificó en tiempo record era, antes de que cerraran el acceso para que la gente dejara de escalarla, adrenalina pura a la hora de subir hasta su cima. No tanto por su altura, que la tiene, sino por lo empinado de sus escalones. Una escalada casi vertical, sumada a sus 35 metros de altura, te hacían preguntarte si en verdad deseabas bajarla de pie o de plano hacerlo sentado. Aunque al final, afortunadamente, tenía una escalinata menos empinada en la parte posterior.

La ciudad fue construida en lo que se conoce como estilo PUUC, con muros lisos y frisos ornamentados, y tiene estructuras en verdad majestuosas como todo el conjunto del llamado Cuadrángulo de las Monjas con sus mascarones de Chaac, el dios de la lluvia, además de su clásica cancha de juego de pelota y sus veredas blancas o Saacbes.

Chichen Itzá, de visita más relajada antes de convertirse en una de las siete maravillas del mundo actual, es un recorrido obligado para todo aquel que visite Yucatán tanto por su historia como por lo monumental de sus estructuras, incluyendo el famoso Castillo (donde desciende la sombra de la serpiente en el equinoccio de primavera), el Observatorio, el Palacio de los Guerreros y su Cenote Sagrado, el primero que conocí, donde la gente no nada pero que tampoco invita mucho a hacerlo con sus aguas verdosas oscuras.




Sumado a esto, un rápido tour guiado por la ciudad de Mérida, visitando de reojo la Catedral, la casa de Montejo, el Parque las Américas, el Monumento a la Patria y el Paseo de Montejo, para terminar en un restaurante tradicional (“Los Tulipanes”) que no solo servía los antojitos y platillos tradicionales de Yucatán sino que, además, ofrecía un espectáculo de trova yucateca y chistes tradicionales (las famosas bombas) y podías caminar por un jardín que te conducía directamente a un pequeño cenote que la propiedad tenía en su patio. 

Años más tarde, regresaría a Yucatán para conocer la ruta maya o ruta Puuc, visitando zonas arqueológicas como Kabah (con sus mascarones de Chaac), Labná (con su arco monumental), Sayil (con su edificio de columnas), Dzibilchaltún (con su cenote, su Casa de las Muñecas y ese ventanal que marca la llegada de la primavera), así como las grutas de Loltún y la reserva de flamingos rosados de Celestún. Pero para eso tendrían que pasar no menos de seis años y otros tantos más para conocer Ek Balam, el Cenote Maya y el pueblito amarillo de Izamal. De momento, me quedo en Mérida, en la víspera de mi primer viaje a Cancún. 


Al día siguiente partiríamos al paraíso, al Cancún de los 80s, si bien mi primera impresión no fue la mejor por el hecho de haber coincidido con la llegada de una tormenta invernal. Pero de eso les hablaré la próxima semana.

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