jueves, 17 de mayo de 2018

1985-1988: LOS NO VIAJES Y LA PREPA


Dejé de viajar durante poco más de cuatro años, si bien no faltaron algunas escapadas de la ciudad, aunque esta vez ya no se fueron salidas familiares sino con amigos de la prepa, en paseos que nunca llegaron a dos días, esto es, se trataba de partir muy temprano y regresar, en algunos casos, bastante tarde, pero siempre para pasar la noche en casa.

Salidas que se tornaron especiales por tratarse de la primera vez que dejaba la ciudad en compañía de personas que no fueran de mi familia. Y sí, fueron muy divertidas. Y no, en esta etapa en lo particular, nunca hubo chupe.

Podría decir que eran salidas muy sanas cuyo único fin era el de convivir en un entorno lo más natural que fuera posible. Y sí, comer, lo clásico en este tipo de escapadas: sopas de hongo, quesadillas, gorditas, cafés de olla, refrescos y poco más.

Solíamos viajar en el auto de un amigo que iba pasando por todos desde las seis de la mañana, juntar en un mismo vehículo a 8 o 9 amigos y de ahí enfilar hacia la carretera.

Un lugar que nos gustaba visitar especialmente era el volcán Popocatépetl y lo único que lamento de esas salidas era no haber llevado una cámara, por más desechable que fuera, para registrar la época, el momento, los amigos y los paisajes. No creo exagerar si afirmo que regresamos no menos de tres veces, recorriendo una sinuosa carretera boscosa para después estacionar el auto y caminar cerca de impresionantes desfiladeros para llegar hasta el hoy abandonado albergue de Tlamacas.

Recientemente, he ingresado a You Tube para buscar videos del albergue y lo único que encuentro son imágenes de instalaciones abandonadas, deterioradas por el tiempo y por la falta de mantenimiento. Puras ruinas, pues.

En tales videos, la gente se emociona porque ven el albergue como si fuera una cabaña fantasma o poco más, pero puedo decirles que, en sus buenos tiempos, antes de que el Popo volviera a la vida y el sitio fuera cerrado por encontrarse en una zona que se volvió insegura, el albergue era muy animado. Muchas familias y grupos de amigos se hospedaban en él por el mero gusto de turistear y pasar la noche, cómodamente, en el bosque (lo que hoy conocemos como glamping). Pero también llegaban excursionistas aficionados y profesionales para pasar la noche y ascender el volcán al día siguiente.

Llegar a Tlamacas era, como tal, un asunto muy divertido, pues había que ascender por una serie de dunas de ceniza donde, por cada paso que avanzabas, la ceniza te regresaba dos. Y caer en la ceniza era lo más divertido del mundo, por más que tu ropa quedara manchada, literalmente, de hollín.

El albergue tenía en su exterior un pequeño local de hamburguesas (Izta-Popo fue la que yo pedí) y, hasta donde recuerdo, tenía una vista bastante bonita.

Las salidas en grupo continuaron para visitar zonas de bosque como La Marquesa y el Desierto de los Leones. En este último, rompimos récord de auto lleno, con un total de 11 amigos a bordo (eran los 80s y prácticamente no se usaba eso de viajar en camioneta sino en automóvil). Visitamos también el Zoológico de Zacango con la gran caminata que ello implica (al menos en aquellos años) y en alguna ocasión, la zona arqueológica de Teotihuacán.

En realidad, no fueron más de diez escapadas de la ciudad, pero, en mi caso, fueron el puente para regresar a los viajes ligeramente más largos, estando ya en los primeros semestres de la Universidad, esto es, en 1989. 

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