jueves, 3 de mayo de 2018

1975-1983: LOS VIAJES QUE LA MEMORIA RECUERDA A MEDIAS


No recuerdo haber viajado antes de los cinco años. Y si he de ser sincero, casi no recuerdo nada anterior a esa edad, si acaso situaciones muy concretas ocurridas en la casa y en el kínder. Tal vez por eso, mis primeras memorias de viaje son tan solo sensaciones, destellos muy vagos del mar, de las nubes, del aroma de las flores y sí, también del escape de los camiones del A.D.O.

Más allá de los viajes anuales a Veracruz hubo, si mal no recuerdo, varias salidas pequeñas. Salidas que, a falta de fotos, se tornan más vagas e imprecisas aún. Pero creo que es un buen ejercicio para el lector tratar de precisar una imagen a partir de retazos y completarla a su criterio a través de la imaginación.

Recuerdo tres días de campo, dos viajes a Guanajuato, un recorrido en carretera de Veracruz a Tabasco, una salida a Tula, otra a Africam Safari y poco más que eso, todo a medias, cual si se tratara de un sueño más que cualquier otra cosa.

El primer día de campo que llega a mi memoria lo hice con mis papás, tíos, una prima y una de mis hermanas, pero lo único que recuerdo es haber corrido a la orilla de la carretera con una de mis primas, haber visto pinos bonitos y el haberme encaprichado con probar unos Bimbuñuelos solo porque los había anunciado Chabelo en su ya legendario programa de los domingos.

El segundo fue a una casa de campo, en compañía de mis papás, otros tíos y “Peluche”, el que era en esos tiempos mi perrito chihuahueño. Pero más allá de esa simple descripción, no queda prácticamente nada: mis papás y mis tíos platicando cosas “aburridas”, de gente grande, mientras mi perrito retozaba junto a los chihuahueños que tenía mi tía.

El tercer día de campo lo hice junto a mi hermana, mi cuñado y mi sobrino, aunque solo recuerdo el habernos sentado en el pasto, en medio de un claro rodeado por muchos árboles, es decir, lo mismo que cualquiera podría imaginar al escuchar la palabra picnic. Un cliché que en ese entonces me parecía novedoso porque tampoco había salido mucho que digamos.

Recordar esos viajes es algo así como tratar de ver una película poniendo un pedazo del principio, un cacho de la mitad y un trozo del final y tratar de hilar con todo ello una historia coherente, lo más cercano a un videoclip mental, por decirlo de algún modo, sin una secuencia precisa o un rumbo definido.

El Veracruz-Tabasco es el peor, pues lo recuerdo como si hubiera ocurrido en dos partes (quizá fueron dos viajes) con imágenes poco definidas de una iglesia policromada, una plaza con su quiosco, un restaurante de carretera con alberca y subibajas y un deslumbrante atardecer anaranjado. El motivo del viaje fue porque mi mamá necesitaba una copia de su acta de nacimiento, para lo cual, dado que en aquel tiempo no existían los documentos digitales, era necesario trasladarnos a Macuspana. Y teniendo familia en Veracruz, nada mejor que hacer el viaje en compañía. Pero una vez más la memoria me traiciona.

Me recuerdo sentado sobre un árbol torcido, junto con varios primos y primas, encima de un cañón, un malecón y un río, en lo que parece haber sido otro viaje y que me parece fue a Tlacotalpan, aunque no estoy muy seguro. Y el traslado en carretera, ahí sí, de Veracruz a Tabasco, aunque mi mente se empeña en conjugarlos cual si fueran un único recuerdo. Porque en el proceso, me llega la imagen de un trailero dormido cuyo camión amenazaba con embestirnos, la visita a familiares que en ese entonces no conocía, un puesto de helados y, de regreso en Veracruz, mi espera junto a la tele para que terminara el noticiero y comenzara La Pantera Rosa, todo junto con pegado, sin distinguir muy bien en donde encajaba cada pieza del rompecabezas.

Tula, también en compañía de mi hermana, mi cuñado y mi sobrino y uno de mis primeros acercamientos a las culturas prehispánicas, antes aún que Teotihuacán. Y sí, me impresionó mucho ver por primera vez a los popularmente llamados atlantes de Tula. Más o menos lo mismo puedo decir de mi primer viaje a Africam Safari, en Valsequillo, Puebla: me encantó ver a los animales caminar en cierta libertad, así, sin más detalles.

Por último, Guanajuato. Dos viajes. Uno por el estado en compañía de mis papás, mis hermanas, mi cuñado y mi sobrino. Pero solo me acuerdo de León, con su plaza llena de arbolitos recortados en forma de hongo, los locales de helados y un puesto de periódicos donde mi papá me compró una historieta de la Pantera Rosa. El segundo fue a Salamanca. Ahí me quedé con mi hermana, mi cuñado y mi sobrino. Recuerdo la sala, el jardín, una alberca inflable y poco más.

Los años venideros depararían, sin embargo, muchas sorpresas, recuerdos mucho más detallados y ahora sí, bien documentados. 

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