No recuerdo haber viajado antes de los cinco años. Y si
he de ser sincero, casi no recuerdo nada anterior a esa edad, si acaso situaciones
muy concretas ocurridas en la casa y en el kínder. Tal vez por eso, mis
primeras memorias de viaje son tan solo sensaciones, destellos muy vagos del
mar, de las nubes, del aroma de las flores y sí, también del escape de los
camiones del A.D.O.
Más allá de los viajes anuales a Veracruz hubo, si mal no
recuerdo, varias salidas pequeñas. Salidas que, a falta de fotos, se tornan más
vagas e imprecisas aún. Pero creo que es un buen ejercicio para el lector
tratar de precisar una imagen a partir de retazos y completarla a su criterio a
través de la imaginación.
Recuerdo tres días de campo, dos viajes a Guanajuato, un
recorrido en carretera de Veracruz a Tabasco, una salida a Tula, otra a Africam
Safari y poco más que eso, todo a medias, cual si se tratara de un sueño más
que cualquier otra cosa.
El primer día de campo que llega a mi memoria lo hice con
mis papás, tíos, una prima y una de mis hermanas, pero lo único que recuerdo es
haber corrido a la orilla de la carretera con una de mis primas, haber visto pinos
bonitos y el haberme encaprichado con probar unos Bimbuñuelos solo porque los
había anunciado Chabelo en su ya legendario programa de los domingos.
El segundo fue a una casa de campo, en compañía de mis
papás, otros tíos y “Peluche”, el que era en esos tiempos mi perrito
chihuahueño. Pero más allá de esa simple descripción, no queda prácticamente
nada: mis papás y mis tíos platicando cosas “aburridas”, de gente grande,
mientras mi perrito retozaba junto a los chihuahueños que tenía mi tía.
El tercer día de campo lo hice junto a mi hermana, mi
cuñado y mi sobrino, aunque solo recuerdo el habernos sentado en el pasto, en
medio de un claro rodeado por muchos árboles, es decir, lo mismo que cualquiera
podría imaginar al escuchar la palabra picnic. Un cliché que en ese entonces me
parecía novedoso porque tampoco había salido mucho que digamos.
Recordar esos viajes es algo así como tratar de ver una
película poniendo un pedazo del principio, un cacho de la mitad y un trozo del
final y tratar de hilar con todo ello una historia coherente, lo más cercano a
un videoclip mental, por decirlo de algún modo, sin una secuencia precisa o un
rumbo definido.
El Veracruz-Tabasco es el peor, pues lo recuerdo como si
hubiera ocurrido en dos partes (quizá fueron dos viajes) con imágenes poco
definidas de una iglesia policromada, una plaza con su quiosco, un restaurante
de carretera con alberca y subibajas y un deslumbrante atardecer anaranjado. El
motivo del viaje fue porque mi mamá necesitaba una copia de su acta de
nacimiento, para lo cual, dado que en aquel tiempo no existían los documentos
digitales, era necesario trasladarnos a Macuspana. Y teniendo familia en
Veracruz, nada mejor que hacer el viaje en compañía. Pero una vez más la memoria
me traiciona.
Me recuerdo sentado sobre un árbol torcido, junto con
varios primos y primas, encima de un cañón, un malecón y un río, en lo que
parece haber sido otro viaje y que me parece fue a Tlacotalpan, aunque no estoy
muy seguro. Y el traslado en carretera, ahí sí, de Veracruz a Tabasco, aunque
mi mente se empeña en conjugarlos cual si fueran un único recuerdo. Porque en
el proceso, me llega la imagen de un trailero dormido cuyo camión amenazaba con
embestirnos, la visita a familiares que en ese entonces no conocía, un puesto
de helados y, de regreso en Veracruz, mi espera junto a la tele para que
terminara el noticiero y comenzara La Pantera Rosa, todo junto con pegado, sin
distinguir muy bien en donde encajaba cada pieza del rompecabezas.
Tula, también en compañía de mi hermana, mi cuñado y mi
sobrino y uno de mis primeros acercamientos a las culturas prehispánicas, antes
aún que Teotihuacán. Y sí, me impresionó mucho ver por primera vez a los
popularmente llamados atlantes de Tula. Más o menos lo mismo puedo decir de mi
primer viaje a Africam Safari, en Valsequillo, Puebla: me encantó ver a los
animales caminar en cierta libertad, así, sin más detalles.
Por último, Guanajuato. Dos viajes. Uno por el estado en
compañía de mis papás, mis hermanas, mi cuñado y mi sobrino. Pero solo me
acuerdo de León, con su plaza llena de arbolitos recortados en forma de hongo,
los locales de helados y un puesto de periódicos donde mi papá me compró una
historieta de la Pantera Rosa. El segundo fue a Salamanca. Ahí me quedé con mi
hermana, mi cuñado y mi sobrino. Recuerdo la sala, el jardín, una alberca
inflable y poco más.
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