En diciembre de 1989, ya con 20 años cumplidos, reinicié
la aventura de viajar con un primer recorrido familiar en modalidad de tour
para conocer, muy a grandes rasgos, el sureste del país. Por tratarse de un
viaje de casi quince días, decidí dividirlo en tres posteos. El primero, que es
este, para hablar sobre Chiapas y Tabasco, uno más para hablar sobre Yucatán y un
tercero para Quintana Roo.
Para empezar, fue el primer viaje que empecé a documentar
con una cámara tantito más decente, siendo que la estaba usando para mis clases
en mis primeros semestres de la carrera de comunicación. También fue el primer viaje
que pagué con mi propio dinero, al menos en un 60%, con los ingresos de mis primeros
meses de trabajo.
Cuando hablo de conocer algo así como una embarradita del
sureste, lo digo de manera literal, porque en realidad fue así: mi visita a Tabasco
se limitó a Villahermosa y el recorrido de Chiapas se limitó a Palenque pero,
cuando no conoces prácticamente nada, es por lo menos un buen comienzo, sobre
todo en el caso de Palenque. Pero primero lo primero: Villahermosa.
Llegamos, literalmente, a dormir, para conocer al día
siguiente el Parque Garrido Canabal, un bonito espacio que se recorre a través
de senderos selváticos, con muchos árboles endémicos y flora de la región, enmarcado
todo ello por la Laguna de las Ilusiones o, al menos, por una parte importante
de esta laguna. Existe un mirador (el “Mirador de las Águilas”, casi siempre
cerrado) al que se puede subir por una eterna escalera de caracol y que en
realidad vale mucho la pena porque desde arriba se pueden tomar buenas fotos
panorámicas del parque y de la laguna.
El parque es, a su vez, la puerta al museo al aire libre
de “La Venta”, con su colección de cabezas Olmecas y una serie de esculturas
traídas directamente de este sitio arqueológico (La Venta). Tiene también un
mini zoo, donde abundan los coatís y, como dato de trivia, me tocó ver vivo aún
a “Papillón”, un impresionante cocodrilo de más de 4 metros que vivió en el
parque por casi cincuenta años y que hoy se exhibe disecado a la entrada del
lugar.
Al día siguiente tocó conocer Palenque, impresionante
sitio arqueológico maya construido en medio de la selva. Recorrimos
prácticamente todas las estructuras principales, siendo dos las que más me
impresionaron: el Palacio, tanto por su extraña torre de cuatro pisos como por
todos sus recovecos (lo cual se explica porque se trata en realidad de varios
edificios interconectados y remodelados a lo largo de 400 años) y el Templo de
las Inscripciones, de los pocos templos mesoamericanos usados como tumba y que,
en este caso, encierran los restos del rey Pakal. Todo ello está narrado a
través de jeroglíficos y se puede visitar la tumba bajando varios escalones que
se encuentran en el interior del templo.
El Templo del Sol, el de la Cruz y el de la Cruz Foliada
son también estructuras que vale la pena explorar y fotografiar, así como el
acueducto construido en aquella época para dotar de agua a Palenque.
Regresaría a Chiapas algunos años más adelante, pero en
este recorrido partimos directamente hacia Yucatán y de ahí jalamos a Quintana
Roo, cuyos recorridos los platicaré la próxima semana. Por lo pronto, si no
conocen Palenque, pueden llegar al aeropuerto de Villahermosa, ubicado a una
hora del poblado del mismo nombre o bien checar cuando hay vuelos directos a Palenque,
para hospedarse directamente en este pueblito NO mágico, por decirlo de alguna
manera, pero con suficiente infraestructura turística para pasar bien la noche
y cenar decentemente.
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