viernes, 11 de mayo de 2018

¡OOH LA LA!: PARIS EN LOS 80s


La frase de “Paris siempre será Paris” es literal. Alguna vez tuve la oportunidad de ver una vieja película de el Gordo y el Flaco (Tontos de Altura, creo que era) que comenzaba ubicándonos en Paris mostrando sus monumentos más icónicos: el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel, Notre Dame y algunos más, todo en blanco y negro y evidenciando trajes y autos de la época (1939). Si viajamos al futuro, a los 80s, los autos cambian, la gente cambia, pero Paris es siempre París, igual que lo es ahora, aunque las personas que hoy caminan sus calles lo hagan con celular en mano.

Pero, así como París es París, los 80s eran los 80s y la visión romántica de la ciudad, muy acorde a la cultura pop de la época, acentuaba esa aura mágica que hoy permanece, aunque en reñida competencia con otros destinos que no eran tan populares en ese entonces como ahora podría serlo Praga, por ejemplo.

No entraré en pormenores sobre lugares que hayan estado de moda en el Paris de aquellos años y que hoy ya no lo estén, por la sencilla razón de que mi primera visita a la ciudad luz tuvo lugar en 1983, cuando yo tenía 13 años. Pero la transformación de la infraestructura urbana es evidente, treinta años después, en las periferias de la ciudad y en la zona de negocios de “La Defense” más que en la zona más clásica y turística: la de los monumentos icónicos por los que el tiempo no parece trascurrir.

El viaje fue, en resumen, una visita familiar para encontrarnos con mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos, que durante un tiempo residieron muy cerca de París, concretamente en Courbevoie, a escasos kilómetros de la ciudad y muy cerca del área de negocios de La Defense. Zona urbana limpia, moderna, funcional y que hoy día, supongo, tendrá construcciones más sofisticadas, que es lo que ha ocurrido en la zona de negocios, la cual, según recuerdo, no era tan grande ni sofisticada como la que hoy veo en los videos y que, desde mi punto de vista, influyó en gran medida para la creación de la zona de las torres empresariales de Santa Fe, en la Ciudad de México.

Los parques, sean o no las Tullerías, son como tales un ícono de la cultura parisina y los de Courbevoie eran bastante bonitos, con veredas bien trazadas, jardines floreados, museos (recuerdo haber visitado uno de ciencia y tecnología) y accesos al río Sena diferentes a los tradicionales que visita uno como turista en el centro de Paris.

Conocí también un parque de diversiones ubicado fuera del eje turístico tradicional, el “Jardín de Aclimatación”, un interesante parque temático que en ese tiempo tenía laberintos, juegos de espejos cóncavos y convexos y algunas más que no alcanzo a recordar. Lo cual implicó llegar en metro y llevarme una primera impresión del aroma no muy agradable de sus trenes. Más allá de eso, el sistema me pareció bastante rápido y eficiente. Y no, no tuve que comprar abonos, tarjetas ni otras modalidades de acceso (algunas de ellas no existían aun). Compré simplemente un boleto, aunque no podría decir qué tan caro o barato era en relación a los del metro de la Ciudad de México, pues eso ocurrió hace 35 años y el detalle no lo tengo claro.

En los alrededores de Paris, tuve la oportunidad de conocer el Castillo de Fontainebleu, el Palacio de Versalles y Barbizon, el poblado de los pintores impresionistas, visitas que fueron para mí algo así como mis primeras clases de historia europea fuera del salón de clases. Dicho sea de paso, fueron tres visitas que me hicieron interesarme mucho más en las clases de historia, que hasta entonces veía como algo lejano y remoto.

Y bueno, evidentemente visité algunos de los sitios y monumentos emblemáticos: el Arco del Triunfo, los Campos Eliseos, la Catedral de Notre Dame y sí, la Torre Eiffel, siendo la primera y única vez que accedí a ella. La razón es la misma que ahora: si no llevas un pase especial o las entradas compradas por anticipado, debes hacer una fila de varias horas para acceder, tan solo, al primer piso y de ahí para arriba por lo menos otras dos horas. Recuerdo que el mirador superior me sorprendió por lo lleno que estaba: cientos de personas abriéndose paso, casi que a codazos, en un espacio por demás pequeño, tanto para asomarse en cada una de las cuatro direcciones como para comer alguna típica crepa francesa.

Dejo para el final mis impresiones del que fue mi primer vuelo trasatlántico, un tanto desesperante si he de ser sincero por el encierro de tantas horas en un espacio tan reducido. Tema que aun hoy me causa conflicto, si bien antes no había las revisiones tan exhaustivas que se llevan a cabo hoy en los aeropuertos. Y eso habría supuesto una gran dificultad para llevarle a mi hermana su dotación de mole y sus tortillas.




No volví a salir del país por espacio de 16 años, pero la vivencia de pisar un país extranjero quedó ahí, algo adormecida, hasta que tuve la oportunidad de levantar vuelo nuevamente. Si bien tuve que esperar casi 30 años para regresar a Paris, aventura que relataré dentro de algunas cuantas reseñas.

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