martes, 18 de septiembre de 2018

LA TRINIDAD: UN BALNEARIO DEL IMSS SOLO PARA MI


La primera imagen que viene a la mente cuando uno dice "balneario del IMSS" es, seguramente, la de un conjunto de pequeñas albercas atiborradas de gente que nadan con todo y playera. Pero, al menos en mi caso, esa no fue mi experiencia.

Decidí visitar el balneario de La Trinidad, en Tlaxcala, por el simple hecho de que las fotos se veían interesantes: más que un balneario parecía una pequeña hacienda con lago, jardines y capilla. En realidad, era una antigua fábrica textil y sí, es un lugar muy bonito aunque por lo regular muy concurrido. La razón por la que pude disfrutarlo prácticamente vacío fue muy simple: me hospedé ahí.

Llegué un sábado, alrededor de las tres de la tarde. El balneario estaba por cerrar y la gente se amontonaba en la salida para abandonar el lugar en el justo momento en que yo hacía mi registro. Me asignaron una pequeña cabaña, muy limpia y muy cómoda, donde me recosté por espacio de media hora antes de bajar a comer a su restaurante "El Chacuaco". Y cuando lo hice, el lugar simplemente estaba vacío.

Sin nada que objetar, me dediqué a recorrer las instalaciones: las solitarias canchas de tenis y de básquet enmarcadas por el bosque, el área de camping con una única casa de campaña, la capilla vacía, al igual que el restaurante, los jardines, el lago artificial, los pasillos y las albercas.

Si bien no se me antojó mucho meterme a las albercas por el aspecto un tanto aceitoso del agua, lo cierto es que recorrí caminando las instalaciones de principio a fin escuchando tan solo el eco de mis pisadas, las ramas de los árboles al ser mecidas por el viento y el canto de los pájaros al acurrucarse para dormir. Y me fascinó.

Al tratarse de un lugar vigilado, no me sentí inseguro en ningún momento y el hecho de tener en plan casi privado tantos y tantos metros de jardines e instalaciones te hace sentirte maravillosamente bien, como si en efecto el destino lo hubiera reservado para ti.

Ciertamente, me faltaba un chapuzón. De manera que madrugué (es un decir) poco después de las siete de la mañana y bajé a las albercas, en proceso de limpieza. Las aguas, limpias al fin, me invitaron a nadar y decidí hacerlo en la alberca techada, una enorme alberca reservada, una vez más, para mi solo. Permanecí en el agua poco más de una hora, casi dos y después subí a mi cuarto para darme un nuevo regaderazo.

Bajé a desayunar alrededor de las 11 de la mañana, justo cuando las familias comenzaban a llegar en grandes grupos. Una hora después, cuando bajé con mi maleta a la recepción, el balneario estaba lleno a reventar. Pero yo ya me iba.

Y me fui. A la fecha no he regresado, si bien he visitado la mágica y apacible ciudad de Tlaxcala para caminar sus calles coloniales, admirar sus iglesias y monumentos, además de ir a la cercana zona arqueológica de Cacaxtla para conocer sus famosos murales prehispánicos.

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