jueves, 21 de junio de 2018

PUEBLA, LOS 90s Y EL PRIMER MUSEO MULTIMEDIA


Durante toda la década de los 90s siguió siendo cotidiano reunirme con mis amigos de la preparatoria y, eventualmente, realizar uno que otro viaje. Los primeros de la década fueron a la ciudad de Puebla, uno de ellos con visita express a Cholula.

Conocer por primera vez lugares como la Catedral, la Capilla del Rosario y la Biblioteca Palafoxiana son razones que por sí mismas valen el traslado a la ciudad (la cocina de talavera de Santa Clara sigue siendo un pendiente a la fecha), pero es doblemente gratificante cuando sabes que vas a comer muchas, pero muchas cosas deliciosas y que esa es una de las principales razones por las que vas a ir.

En nuestro primer viaje, el zócalo de Puebla nos recibió con un concurso de mole poblano artesanal preparado por diferentes personas de la ciudad, no necesariamente chefs o cocineros, sino Doña Lupe, Doña Socorro, Don Mateo, siendo la misma gente quien votaba por el mejor mole. Un año después, la historia se repetiría, sustituyendo el mole poblano por el Chile en Nogada, ya que nuestro regreso fue en el mes de septiembre, cuando este platillo típico se suma a los festejos de la Independencia.

Sumarle a estas delicias las chalupas, el Adobo Poblano, el Pipián Poblano y las tortitas de Santa Clara, son razones más que suficientes para regresar si bien ahora hay en la Ciudad de México cualquier cantidad de buenos restaurantes y fondas de cocina poblana.

El segundo viaje, incluyó una visita a la ciudad de Cholula y a su zona arqueológica, con su alta pirámide camuflajeada por la hierba y rematada por un pintoresco templo colonial, tal y como era la costumbre en esa época el reemplazar un lugar de culto pagano por una iglesia católica como señal de victoria religiosa.

Visitamos las estructuras interiores del templo (cada determinado tiempo se construía un templo sobre el anterior para irlo haciendo más grande) para llegar después a la iglesia y fotografiar desde ahí la vista panorámica enmarcada por los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuatl.

Otro lugar que visitamos, cortesía de mi investigación para la tesis, fue el Museo Amparo, uno de los primeros museos prehispánicos que incorporó a su museografía tecnología digital y pantallas de información multimedia, en este caso a través del ya obsoleto CD Interactivo (CD-I) de Phillips.

Y de ahí a comer, cual debe de ser, para disfrutar no solo de platillos exquisitos, sino también de una buena plática de amigos en su todavía etapa de solteros. Bueno, algunos de nosotros, en realidad.

Concluimos el viaje visitando una curiosa anomalía nacida a partir del volcán Popocatépetl: el volcán Cuexcomate, un curioso volcán enano ubicado en la misma ciudad de Puebla que, sin embargo, no formaba parte de los atractivos turísticos más conocidos de la ciudad (a la fecha, creo que sigue siendo un tanto desconocido). En realidad, es solo eso, un volcán enano, con un pequeño cráter al que uno sube a través de una escalera de caracol muy similar a las que uno halla en muchas casas. Y se desciende a través de otra escalera de caracol para contemplar un manto acuífero que se pierde en el interior de la tierra… llevándose consigo popotes y latas de Pepsi…


Muchos atractivos modernos como la Rueda de la Fortuna monumental o el hotel boutique Purificadora no existían en aquel tiempo, pero los atractivos clásicos, para los que un par de días era tiempo insuficiente para visitar, esos siempre estuvieron ahí para maravillarnos, tal y como lo siguen haciendo hoy en día.

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