Durante toda la década de los 90s siguió siendo cotidiano
reunirme con mis amigos de la preparatoria y, eventualmente, realizar uno que
otro viaje. Los primeros de la década fueron a la ciudad de Puebla, uno de
ellos con visita express a Cholula.
Conocer por primera vez lugares como la Catedral, la
Capilla del Rosario y la Biblioteca Palafoxiana son razones que por sí mismas
valen el traslado a la ciudad (la cocina de talavera de Santa Clara sigue
siendo un pendiente a la fecha), pero es doblemente gratificante cuando sabes
que vas a comer muchas, pero muchas cosas deliciosas y que esa es una de las
principales razones por las que vas a ir.
En nuestro primer viaje, el zócalo de Puebla nos recibió
con un concurso de mole poblano artesanal preparado por diferentes personas de
la ciudad, no necesariamente chefs o cocineros, sino Doña Lupe, Doña Socorro,
Don Mateo, siendo la misma gente quien votaba por el mejor mole. Un año
después, la historia se repetiría, sustituyendo el mole poblano por el Chile en
Nogada, ya que nuestro regreso fue en el mes de septiembre, cuando este
platillo típico se suma a los festejos de la Independencia.
Sumarle a estas delicias las chalupas, el Adobo Poblano,
el Pipián Poblano y las tortitas de Santa Clara, son razones más que
suficientes para regresar si bien ahora hay en la Ciudad de México cualquier
cantidad de buenos restaurantes y fondas de cocina poblana.
El segundo viaje, incluyó una visita a la ciudad de
Cholula y a su zona arqueológica, con su alta pirámide camuflajeada por la
hierba y rematada por un pintoresco templo colonial, tal y como era la
costumbre en esa época el reemplazar un lugar de culto pagano por una iglesia
católica como señal de victoria religiosa.
Visitamos las estructuras interiores del templo (cada
determinado tiempo se construía un templo sobre el anterior para irlo haciendo
más grande) para llegar después a la iglesia y fotografiar desde ahí la vista
panorámica enmarcada por los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuatl.
Otro lugar que visitamos, cortesía de mi investigación
para la tesis, fue el Museo Amparo, uno de los primeros museos prehispánicos
que incorporó a su museografía tecnología digital y pantallas de información
multimedia, en este caso a través del ya obsoleto CD Interactivo (CD-I) de
Phillips.
Y de ahí a comer, cual debe de ser, para disfrutar no
solo de platillos exquisitos, sino también de una buena plática de amigos en su
todavía etapa de solteros. Bueno, algunos de nosotros, en realidad.
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Muchos atractivos modernos como la Rueda de la Fortuna
monumental o el hotel boutique Purificadora no existían en aquel tiempo, pero
los atractivos clásicos, para los que un par de días era tiempo insuficiente
para visitar, esos siempre estuvieron ahí para maravillarnos, tal y como lo
siguen haciendo hoy en día.
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