jueves, 5 de abril de 2018

VIAJAR ANTES DE INTERNET


Casi podría decir que viajar antes del año 2,000 era hacerlo con los ojos cerrados. Tus únicas referencias visuales eran las guías (caras), los libros gigantes (más caros) y las pocas fotos que aparecían en los folletos de las agencias de viaje. Si tenías suerte, podías contar con impresiones de primera mano de amigos o familiares que hubieran ido a tal o cual destino, sin tener la certeza de que todo lo narrado fuera real o con adiciones propias de la cosecha creativa de cada quien.

Pero el uso de la imaginación era solo una de las sutiles diferencias entre viajar antes y viajar ahora. El mundo de papeles que debías llevar contigo, sobre todo si querías viajar al extranjero, era considerablemente superior. De entrada, la cartilla militar, requisito indispensable para salir del país, si bien no alcanzo a recordar si te la pedían también para tramitar el pasaporte mismo. Eso y los cheques de viajero, más grandes que los billetes de juegos como el Turista o el Monopoly.

Al final del día, lo mejor de todo, para bien y para mal, eran las sorpresas. Como tus referencias eran limitadas, el asombro o, en su caso, la decepción, eran el ingrediente principal de cualquier viaje, lo hicieras en México o en el extranjero.

Ahora bien, con los recursos que existen ahora, concretamente Internet, las redes sociales y las guías de bolsillo, ¿valdría la pena informarse poco y literalmente viajar a ciegas? Me resulta difícil decirlo. Por una parte, el factor sorpresa te puede generar momentos inolvidables (buenos y malos) pero corres el riesgo de perderte de muchos lugares increíbles y de muchas gratas experiencias.

Además, eso de llegar a buscar un hotel sin haberlo reservado como parte de la aventura puede dejarte, literalmente, sin un lugar en dónde pasar la noche. Lo mejor, tal vez, es que esa ceguera quede para el recuerdo. De cualquier forma, te lo aseguro, siempre habrá alguna sorpresa, algo no contemplado, algo que, con el pasar de los años, se convertirá en parte escencial de ese viaje perfectamente planificado, al menos en la teoría.  

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