Tras una década plagada de hechos lamentables, parece
lejana la época en que viajar por México, de día y de noche, era tan seguro
como cruzar a comprar un pan a la tienda de abarrotes de la esquina (o al OXXO,
si nos queremos ver más contemporáneos).
Lo cierto es que esa época estuvo ahí, para llenar de
vitalidad a todo aquél que decidiera aventurarse por las carreteras del país,
hacia el norte o hacia el sur, ya sea que salieras a las 5 de la tarde o a las
2 de la mañana, viajando muchas veces en autobuses que podían desarmarse en
cualquier momento.
Las rutas directas eran pocas, los camiones de lujo como
ETN directamente no existían, viajabas muchas veces sin cinturón de seguridad y
la magia consistía en dejar que los autobuses fueran puebleando por espacio de
varias horas antes de llegar a su destino. Ver paisajes, poblados perdidos en
la sierra o en el monte y bajarte a cenar a las tres de la mañana en fonditas
escondidas en la carretera, frecuentadas por traileros y conductores de autobús
para comerte unas picosas enchiladas elaboradas con tortillas hechas a mano.
Eso, antes de volver a un camión estacionado en medio de la nada y alzar la
vista por algunos segundos para contemplar miles de estrellas que parecían
caerse del cielo.
Estoy hablando de viajar no solo por el sureste, sino
también por estados como Michoacán, Veracruz o Tamaulipas. De viajar en la
madrugada por una carretera de dos carriles y miles de curvas llenas de vapor
blanco, denso y luminoso, el de una hidroeléctrica michoacana cuyo nombre a la
distancia no alcanzo a recordar. De llegar a poblados serranos de Jalisco y
almorzar desde un pozole gigante hasta una buena dosis de leche bronca servida
en bolsas de plástico y que podía ser endulzada con Choco Milk.
De todo ello hablaré con más detalle. De momento, basta
con ubicarnos en un entorno pacífico y solitario, previo a la llegada del
Internet, donde cualquier sorpresa podía aparecer ante nuestros ojos en
cualquier lugar y en cualquier momento.
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