miércoles, 17 de octubre de 2018

OAXACA ES COMO EL MEZCAL: SOLO LLÉVATELO TRANQUILO


Viajar a Oaxaca es una experiencia estimulante por lo tranquilo y llevadero que resulta todo. Es como el mezcal: se toma despacio, sin prisas, para poder disfrutarlo al 100.

La ciudad de Oaxaca, con sus casas y monumentos de cantera, es una ciudad colonial que merece recorrerse a pie, descubrir cada cierto número de cuadras un museo o iglesia diferente, un localito de café, un bar (donde por supuesto habrá mezcal) o un restaurante con delicias oaxaqueñas (tasajo, cecina, tlayudas, mole, chocolate). Claro que para comer, nada mejor que el mercado de comidas.

De visita obligada, el zócalo y su catedral, los portales, el Teatro Macedonio Alcalá, el Ex Convento de la Soledad, la Iglesia de San Agustín y el Convento de Santo Domingo. Este último merece y requiere una visita de no menos de tres horas para disfrutar sus jardines, sus agaves, sus cactáceas y toda su colección de obras de arte.

La ciudad es, además, la puerta a algo mucho más grande. Si bien muchos de sus atractivos imperdibles están a no más de una hora de distancia, el estado está lleno de sorpresas, de vestigios arqueológicos, de bosques y cascadas, además de una riqueza étnica única que se da cita, todos los meses de julio, en la tradicional fiesta estatal y nacional de la Guelaguetza.

Mitla y Monte Albán, ciudades prehispánicas de la cultura Zapoteca, son solo la muestra de un asentamiento mucho mayor donde vale la pena visitar también otras ciudades como Yagul. También desde la ciudad pueden contratarse tours para visitar las fábricas artesanales de hilados y tejidos, siendo las más famosas las de Teotitlán del Valle y sus pintorescos tapetes. Pero además, pueden visitarse un sinúmero de fábricas de mezcal, fincas cafetaleras y paisajes de ensueño como los de la Cascada Petrificada de Hierve el Agua, algo así como el hermano menor de las pozas turcas de Pamukale.

El famoso árbol del Tule es también otro tesoro de Oaxaca, al igual que el Pueblo Mágico de Capulalpam y, por supuesto, la costa. A mi gusto, las playas oaxaqueñas son, junto con las del Mar de Cortés y las del Caribe Mexicano, las más bellas de México. Conozco solo cuatro, pero eso me basta para querer conocer otras cuatro u otras veinte. Pero todo a su tiempo y lo que llevo hasta ahora son Puerto Ángel, Mazunte, la de las tortugas, Zipolite, la de la fama nudista (bien ganada pero que ya no es la única) y las turísticas pero aún tranquilas bahías de Huatulco.

Oaxaca siempre da pretexto para regresar, sea por su gastronomía, su herencia cultural, sus paisajes y sus artesanías, diferentes a todo lo que hay en México, desde su refinado barro negro hasta sus coloridos alebrijes. Y por supuesto, su mezcal, hoy tan en boga pero presente desde siempre.

Viajar a Oaxaca no es caro. Es un estado que, de hecho, vale más de lo que cuesta.




















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